La Permanencia de lo Erótico // Nelson Herrera Ysla

L a obra de Umberto Peña, a través del tiempo, asombra por la permanencia de sus valores conceptuales y formales. Después de más de cuarenta años asombra por su auténtica cubanía. ¿Acaso no hay en esa constante ironía, en ese choteo sutil, en ese exquisito relajo, una de las claves de nuestro humor, del ser que somos? La permanencia de lo erótico ¿no corresponde al papel de esa función en la vida cotidiana de los cubanos? El uso de interjecciones, onomatopeyas, metáforas ¿no es sustancia viva del habla popular? Las interacciones exterior-interior, el sometimiento de lo individual a lo colectivo ¿no son decisivas influencias, presencias indudables en el comportamiento de cada miembro de la comunidad?
 
Junto a un diseño racional y eficazmente comunicativo, Peña creó una obra (lito)gráfica y pictórica que por su intrínseca vocación transformadora devino revolucionaria. Buscó siempre nuevos espacios para incorporar al espectador al lenguaje plástico contemporáneo, convocándolo a nuevas dimensiones de lo real y lo presente a partir de una clara conciencia de que la realidad de la superficie no es lo central ni lo esencial sino el fascinante proceso de exploración interior.
 
Las complejidades de la realidad social y artística, Peña las obliga a atravesar un tamiz en el que se rescata lo que de universal contienen. Si para ello utiliza un universo de formas contrapuestas, superpuestas, en constante movimiento, que configuran el grito, el gemido, el susurro, el orgasmo, en un intento por subvertir la retórica ideológica y las apariencias de una obsoleta moral, entonces sus resultados se acercan también a una renovada visión barroca de los fenómenos.
 
Barroquismo en el sentido de espacio poblado de cosas y personas, en ese mágico fervor de tantas calles y ciudades nuestras. Barroquismo en su estridencia visual, en cierta expresión caribeña, al asumir los grandes lienzos polícromos como ambientes totales, o en los trapices de incontables sensaciones incitadoras y provocadoras como altares de catedral colonial.
 
Parece ser este uno de los rasgos definitivos de Umberto Peña en el concierto del arte cubano contemporáneo, así como esa capacidad suya para comprender la especificidad de los campos en que se mueve su obra, como parte de una cultura que implica choques, diálogos y la no aceptación de un desarrollo chato, plano, exento de contradicciones (que es todo menos desarrollo revolucionario).
 
Una obra esencialmente vital porque violenta, cuestiona, protesta, afirma. Los reclamos urgentes de un mundo en que vivimos sin cansarnos de transformar.